lunes, 23 de agosto de 2010

Juan

Aquí les va un refrito de hace más de dos meses para que Bnjmn desmienta mi historia si así lo amerita, al fin y al cabo fue su idea que la escribiera y posteara. Va tarde pero también va como una especie de tributo a las cientos de aventuras de los meses pasados. Salud, compañeros de viaje.


Juan Gabriel llegó por segunda vez a España con mercancía. Llevaba un kilo de cocaína escondida en los zapatos cuando los agentes de seguridad de la terminal 4 del aeropuerto de Madrid lo detuvieron. Nunca supo qué falló esa vez, un cuatro o sólo nervios daba igual, ahora iba a estar preso seis años.
Tenía 25 años cuando en Durango le ofrecieron la oportunidad de viajar a España. No lo pensó mucho. El salario de taxista de su papá y el de trabajo de limpieza de su mamá no habían sido suficientes para pagarle estudios universitarios. Viajar a Europa era una oportunidad única, aún con los riesgos que suponía. Sí, quería ayudar a su familia, pero no negaba lo excitante que le parecía la aventura.
Primero viajó a Madrid. Juan disfrutó un mes las vacaciones más fascinantes de su vida, todos los gastos pagados. Luego vino un trabajito a Panamá. Con el dinero al regreso de México había podido comprarse su taxi. Siguió uno a Italia. Ahí hizo una visita especial al Vaticano. Bajó a las criptas y junto a los restos de San Pedro Apóstol, junto al altar de la Virgen de Guadalupe, se puso a orar. Sintió que las lágrimas que le escurrían sin parar lo iban limpiando y se llevaban con ellas sus pecados. Salió al sol sintiendo una carga más ligera. Salió sintiéndose una persona liberada.
“Oiga mamá, voy a buscarme la vida en España. Voy a irme por 10 años”, dijo antes de partir por segunda vez a Madrid. Pero las cosas no salieron como había pensado. Recluido en Zaragoza por tres años había pasado momentos difíciles pero nunca tan duros como los que podría haber pasado en México, y lo sabía. Los españoles le daban la oportunidad de estudiar una licenciatura y además, si su buen comportamiento lo ameritaba pasaría seis días con sabor a libertad cada mes y medio hasta cumplir la condena.
El destino sorprendió a Juan con un trabajo de delincuente y lo convirtió más tarde al ser descubierto en un recluso. Ahora que Juan voltea hacia atrás no se arrepiente de nada. Piensa que los seis años de cárcel es la paga que bien merecen los viajes que hizo y sus estudios. Cuando regrese a México tal vez no tenga necesidad de volver a delinquir para conseguir dinero, Juan ya es un arquitecto.

Desde una visión más humana los reclusorios como verdaderos “centros de readaptación social” deben dar posibilidades de desarrollo a los reclusos. Muchas de las personas que han cometido delitos no son seres malditos que merecen castigo eterno. Las fallas en el sistema dejan a miles en la desesperación y los empujan a salirse de la ley, todos buscamos sobrevivir. La educación y un trato digno pueden reformar y ofrecer el camino de una vida honrada.
Sí se valen las segundas oportunidades.

1 comentario:

  1. Lo que hace la curiosidad y el ocio. Harto de hacer tarea y de tratar de lidiar con la cotidianidad de este regreso a la realidad.

    Entro a facebook y un link me lleva a otro y termino aquí. Creo que he retrasado mi también síndrome de post-erasmus y es apenas cuando me llega a mi también.

    Y leer esta historia me transportó algunos muchos meses atrás, encontrando detalles que no conocía... Pero pareciera que fue ayer.

    Muchas gracias por inmortalizar esta vivencia, y no permitir que con el tiempo se volviera un borroso recuerdo.

    Un abrazo muy fuerte.

    ResponderEliminar