jueves, 29 de abril de 2010
Home alone
viernes, 23 de abril de 2010
Semana de cine
Hace unas semanas Benja trajo al piso un folleto del Festival de Cine y Derechos Humanos que invitaba a los jóvenes a unirse a un jurado para otorgar el premio al mejor cortometraje. Y que me puse a investigar, envié mi solicitud y me volví parte del jurado.
Ayer fue la primera sesión. Llegué al Teatro Victoria Eugenia y me formé junto con muchos otros jóvenes para anotarme y recibir nuestros documentos. Como no fueron muy rigurosos en la selección del jurado… o más bien nunca pidieron como requisito tener alguna noción de cine, no sabía exactamente qué nos iba a tocar calificar. Nos dieron papeletas con el nombre de cada cortometraje y sólo dos espacios para calificar del 1 al 10: calidad técnica y concienciación sobre derechos humanos. Chale.
Lo que sí está padre es que hay una buena selección de cortos. Ayer vimos ocho, bastante larguitos para ser cortos, de muy variados países y temáticas. Me gustaron sobre todo dos: Bingo, sobre los inmigrantes holandeses trabajando en condiciones precarias y el favorito de muchos Angry Man, una tierna animación sobre un niño y la violencia en la familia.
Presumo mucho que ando con beneficios, y es que puedo ir toda la semana del Festival a ver gratis cine sin doblaje y conseguir pases para algún afortunado acompañante para películas, la inauguración, el cóctel o el concierto de clausura. Ya veremos al final qué tanto de verdad pude aprovechar.
martes, 20 de abril de 2010
Dos pa lante y dos pa tras
jueves, 15 de abril de 2010
Música
martes, 13 de abril de 2010
Recetas y cocina
Viajar de roadtrip
Un viaje inicia desde el momento de tránsito. El medio de transporte define nuestro acercamiento con el destino: la velocidad, las vistas, las escalas y la posibilidad de improvisar. El coche nos dio lo que necesitábamos para movernos por distancias cortas hacia distintas ciudades de la Costa Azul y el norte de Italia. Sería un viaje pausado, con nuestro completo control y con magníficas vistas de costa y montaña. Viajamos en un espacioso y cómodo Kia Ceed. Jorge al volante, Chuy como copiloto, Tay y yo detrás. Tras nosotros (a ratos justo detrás, otros a un par de horas) un Ford Fiesta con Karla, Karol y Federico al volante.
Tal vez una de las mejores cosas de viajar en coche, por lo menos para mí, fue la libertad que ofrecía. Libertad para elegir el horario de llegada y partida (nada de correr con maletas por los andenes o pasillos de un aeropuerto) y el itinerario con los destinos y pausas necesarias. Además, debo admitirlo, cuando uno no es chofer se lo pasa de lo lindo entre pláticas, botana, sueñitos y lectura.
Todavía no sé si cometimos el error de cerrar los ojos para que el GPS fuera nuestro lazarillo. Sí era una bendición que una vocecita nos dijera “en la rotonda, segunda salida a la derecha”… cuando entendíamos y realmente salíamos a la segunda y no la primera o tercera. Cuando no, maldecíamos en coro a la inocente pantallita en vez de culparnos por distraídos. Al ver constantemente la pantalla del “Tom Tom” olvidábamos ver los clarísimos señalamientos de tránsito y en vez de seguir una ruta clara y segura nos aventurábamos por calles secundarias para toparnos con más casetas de cobro o caminos cerrados.
La tripulación del Fiesta viajaba en condiciones opuestas. Ajena a la veneración de un navegador digital abría los ojos y se reía de nuestros absurdos recorridos. El problema tal vez era que los abrían demasiado. Su atención se desviaba para admirar el paisaje o contemplar detalles de un monumento y de pronto, cuando su vista volvía al camino ya nos habían perdido.
Probablemente perdernos y luego hacer el esfuerzo para encontrarnos fue el único inconveniente en la primera parte del viaje. Luego entendimos que cada quien podía llevar su ritmo y elegir las escalas y pausas necesarias, incluso dentro de una misma ciudad, porque en un grupo de siete hay intereses y disposiciones diferentes. Aún así viajamos juntos, y de hecho, separarnos y reunirnos hacía el viaje más interesante, platicando lo que habíamos visto y compartiéndonos fotos.
La convivencia de siete paseantes requería disposición, y esa nunca faltó. A veces eran necesario ceder y ser paciente, caminar un poco menos o un poco más, levantarse temprano, comer hamburguesas o pasta o bocatas. Haciendo cuentas todos salimos ganando, nos llevamos un viaje inolvidable, con muchas fotos y anécdotas para seguir compartiendo. Gracias a Chory, Chiquitín, el Boludo, el Huevón, Tay y Karla por su paciencia, compañía, chistes y buena vibra.