jueves, 25 de marzo de 2010

Las Fallas no fallan


Cuando uno escoge la fecha para pasearse por una ciudad normalmente escoge de dos: la fecha en la que hay menos gente para apreciar con intensidad la arquitectura, los parques y museos o la fecha en la que hay más gente para reventarse con el populacho en la fiesta tradicional. Nosotros esta vez escogimos la segunda.
Llegamos a Valencia la madrugada del jueves después de maldormir algunas horas en el autobús. Con ropa de verano aprendí a no confiar nunca más en las predicciones del clima porque cuando me prometieron sol y temperaturas mayores a los 20 grados me topé con vientos fríos y un cielo gris con llovizna. De camino al piso de Ivette, nuestra amable hospedadora, el movimiento de jóvenes a altas horas de la madrugada nos fue previniendo del ambiente fallero, de la fiesta que no acaba. Diría que qué tremenda casualidad, que qué pequeño es el mundo si no supiera que el extranjero en tierras desconocidas tiende a agruparse. Con conocidos que no sabía que estaban en Valencia y amigos de amigos formamos un buen grupo de mexicanos para disfrutar las Fallas.
El jueves en la tarde bajamos en la estación del metro para escuchar la mascletá, la primera demostración de la cantidad de pólvora que oiríamos estallar hasta el día siguiente. La multitud que ocupaba en todas las calles aledañas hasta el más pequeño espacio nos impidió acercarnos hasta la Plaza del Ayuntamiento. No me importó mucho, al fin y al cabo el espectáculo de la mascletá era el ruido, un ruido impresionante in crescendo, de explosiones que como tambores llevaban un ritmo de asombrosa precisión. Explosiones, gritos, humo y olor a pólvora, mucha pólvora.
Al terminar empezó nuestro recorrido por las fallas, grandes y pequeñas esculturas de madera, cartón y unicel. Caminar por el museo de las calles valencianas fue recorrer a pie la ciudad entera. Encontramos de todo, unas muy hermosas, otras grotescas, unas con una clara crítica social y otras algo bobas. Nos cruzamos de pronto con miles de falleros que desfilaban para ofrecer a la Virgen ramos de flores con las que adornarían su manto de más de diez metros de altura.
Para entonces ya estábamos cansadas y además muy hambrientas. Necesitábamos una pit stop si todavía queríamos sobrevivir hasta la noche. Bien comidas y descansadas salimos del depa después de las 11pm a la Alameda para ver el castillo de fuegos artificiales. Algo de verdad indescriptible. Los veinte minutos que sin parar se lanzaron fuegos artificiales estuvimos absortas, impresionadas por la belleza, cantidad y variedad de fuegos que nunca antes habíamos visto. Luego le siguió la fiesta, como las noches siguientes, una fiesta larga que no terminó hasta el amanecer.
El viernes pensábamos que ya habíamos visto demasiadas fallas… o que estábamos demasiado desveladas para salir a disfrutarlas. En la noche salimos a ocupar nuestro lugar para ver la cremà de la falla del Ayuntamiento, la quema. Les dejo abierta nuestra discusión. ¿Se vale quemar miles de horas de trabajo, pero principalmente millones de euros (en una tradición que inició con la quema de basura, por cierto) en vez de aprovechar el dinero en fines humanitarios? ¿Se vale que el primer mundo desperdicie lo que tanta falta hace en el tercer mundo?
El sábado y domingo turisteamos. Con menos basura en las calles pero principalmente con menos muchachada adicta a la pólvora que hacía estallar petardos entre la gente. Conocimos Valencia, Calatrava, los buñuelos de calabaza, la paella y la horchata (el agua que no es de arroz sino de un tubérculo que se llama chufa). Y sí, Valencia es linda, pero la verdad es que nos gusta más vivir en Donosti. Regresamos molidas, cansadas hasta para mover un dedo. Cómo no, si Fallas son días de excesos. Mucha gente, muchos petardos, muchas luces, mucha fiesta y mucha, mucha caminata.

1 comentario:

  1. La fiesta es la ruptura de la cotidianeidad. Es el escape del tiempo hacia la búsqueda de lo eterno. Es una afirmación de nuestra trascendencia. En la fiesta se trastoca el orden que rige el resto del tiempo. Por eso seguramente se quema tanta pólvora en las Fallas; por eso en México un papá se endeuda por años para los 15 años de su hija. Ese dinero no puede tener mejor destino.

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